El siguiente hito, pues, era la estación meteorológica del summit del domo sur. Comenzamos nuestro nuevo curso con energías renovadas, pero a medida que fueron pasando los días quedó patente que el viento moría, muerto, matao, a poco que nos aproximáramos desde el norte al summit. Poco a poco, el objetivo de llegar a la estación meteorológica del domo sur se tornaba más y más complicado.
No pudimos llegar.
Para poder terminar la travesía en el que pensábamos que podía ser un nuevo nunatak, había que hacer un ataque escorado desde el Este al domo. Y eso suponía bajar más al sur de lo que se podía recuperar luego para llegar al summit.
Después de haber conseguido llegar a la DYE3 no nos importó tanto dejar pasar este pequeño hito. Después de unos días de calma absoluta, cuestas traicioneras y algunas otras dificultades, enfilamos el camino de vuelta en un golpe de suerte y picardía, que nos permitió hacer bastantes kilómetros en los últimos 5 días. Aproximadamente 400 km. Como el camino de retorno nos tomó considerablemente menos tiempo que el camino de ida, quería contaros ahora un poco sobre los proyectos de ciencia, y cómo han ido sufriendo (igual que la humana que los realizaba) a lo largo de la travesía.
El proyecto del grupo de la Universidad Autónoma, microairpolar, resultó ser mi experimento de cabecera: la mayoría de días ponía a funcionar los colectores justo antes de irme a dormir y me levantaba unas horas después a quitarlos. Durante ese tiempo, cualquier organismo que hubiera estado surcando los aires árticos quedaría atrapados en mis piruletas, que no son más que secciones extraíbles de los colectores que voy almacenando una vez las he usado. Ponía una piruleta nueva, la dejaba funcionar unas horas, y la almacenaba de forma estéril para que a los compis del laboratorio les llegasen los microorganismos frescos, vivitos y coleando.
No ha sido especialmente divertido despertarse a las 5:30 a quitar piruletas con guantes de latex, let me tell you. Pero si hay que ir se va.
El proyecto del Centro de Astrobiología ha supuesto una rutina un poco más física, menos psicológica. Armada con un taladró de hielo, propiedad del famoso glaciólogo Paul Mayewski, tenía que sacar testigos de hielo de varios metros de profundidad en algunos puntos de la travesía. Los testigos sacados los derretiría y filtraría, guardando después estos filtros para ser estudiados por los compis del laboratorio trás mi regreso a Madrid.
Ahora bien, después de romperse el taladro el primer día el outline de los muestreos varió ligeramente.
Y sí, cuando descubrimos que el taladro se había roto maldije en muchos idiomas distintos (algunos inventados) y me pasé dos horas excavando en el hielo vivo el último medio metro de hielo, que resultó ser una banda tan dura que había aprisionado el aparato y provocado su rotura. Y yo murmuraba, encogida a tres menos por debajo del suelo en un hueco de 60 cm de ancho "el taladro de Paul Mayewski, me he cargado el maldito taladro de Paul Mayewski..." mientras picaba con un piolet con rabia y frustración. Ahora os lo cuento "de jajas" pero en ese momento me dolió mucho lo sucedido. Mis compañeros me ayudaron a pasar el bache psicológico y diseñamos un plan alternativo. Que por desgracia se reducía a "habrá que cavar en vez de taladrar".
Así que todos los muestreos que hemos hecho para el proyecto SOLID han supuesto cavar agujeros de dos metros de profundidad, esterilizar una pared y escarbar el transecto de hielo y el perfil de hielo de ahí.
Hemos echado espalda.
Pero SOLID no ha sido el único experimento en dar infartitos. Mi portátil, donde descargaba los datos meteorológicos del experimento de microairpolar, dejó este mundo durante 5 días en mitad de la expedición. Consultamos por teléfono satélite con Ignacio Oficialdegui, nuestro experto para estas cosas, que sugirió que podría tratarse de un problema con la humedad que a veces se acumula dentro del módulo de habitabilidad. Su recomendación: ponerlo sobre el hornillo que usamos para cocinar un rato. ¿Mi primera reacción? Os la tengo que censurar. Podemos resumirla en: no. Finalmente, y guardando las distancias lo puse durante unas horas sobre el hornillo, pero no hubo cambio.
Así que saqué mi arma secreta, la cual había estado afilando durante muuuuucho tiempo: las 30 bolsitas de sílica que había estado coleccionando de embalajes de todo tipo desde que me decidí a hacer esta expedición al ártico. Cualquier químico que se tercie sabe de la gran utilidad de la sílica para secar: puede incluso llegar a rivalizar con el típico vasito de arroz crudo en el que metemos el pendrive cuando este ha pasado una noche en la lavadora. Drying power over 9000.
Y efectivamente, con la satisfacción que me invadía por poner en uso los nosecuantos miles de euros de matrícula universitaria, por fin al servicio de un tema serio, y absolutamente nadie con quien compartir esa satisfacción, di la bienvenida de nuevo al reino de los vivos a mi querido portátil. Se me pasó el infartito.
FYI, el portátil volvió a morir al terminar la expedición y el truco de las bolsitas volvió a funcionar. Amazing.
Y así, entre infartitos y sorteando agujeros negros de viento, llegamos a nuestra localización final: un nuevo nunatak. Mis compañeros fueron a explorarlo mientras yo terminaba los últimos muestreos y Ramón le puso nombre a nuestro descubrimiento: Windseld's Harbour. Localización: N 61º 46' 03", W 45º 42' 44". Un claro signo, tristemente, del ritmo desenfrenado al que se están perdiendo las masas de hielo de nuestros casquetes polares, especialmente del casquete polar ártico. Un recordatorio agridulce del mayor problema que afrontamos en la actualidad como especie: el calentamiento global.
Nuestro amado Mads, el piloto de helicóptero, nos sacó del hielo el día 14 de muy buena gana. En el primer vuelo nos cargó a los compañeros Juanma y Bego y a una servidora, que pudo ponerse de copiloto. Cuando íbamos a pasar del glaciar a las montañas de la costa me preguntó "¿Te gusta Star Wars?" por el sistema interno de comunicaciones del helicóptero. Yo le respondí que sí, que mucho. Y acto seguido comenzó un descenso picado de lado, para meterse dentro de un desfiladero de roca. Estábamos imitando a Luke durante el ataque a la estrella de la muerte, claramente. Y yo, que ya estaba feliz porque después de un mes podría por fin ducharme ese día, llegué a un nivel de felicidad que no puedo expresaros con palabras. En mi mente empezó a sonar la canción de la sala del trono (final «Una nueva esperanza») y solté el típico gritito de "wwwwooooowwww", que una suelta en estas ocasiones. Supongo que se me pegó algo del espíritu dramático norteamericano tras mi tiempo en la DYE3. Pero estuvo, recuperando algo del espíritu madrileño, mazo guapo y no me pude aguantar.
Al llegar a tierra firme, al hostel donde nos duchamos y dormimos los siguientes días, me encontré MIRA TU POR DONDE con Paul Mayewski, cuyo taladro había roto. Porque Paul, muy amigo de Ramón, estaba con un grupo de la universidad de Maine, realizando unos muestreos por la costa sur. Tranquilos que me ha perdonado y me ha asegurado que no es una gran pérdida y que él mismo ha roto muchos taladros en el pasado. Es muy majo Paul, eso es lo que pasa creo yo.
Esta ha sido una aventura tan redonda como la cúpula de la DYE3 recortada contra el horizonte. Las emociones que he experimentado, los momentos que he vivido con mis compañeros y lo que he crecido como persona son tan intangibles como inconmensurables y valiosos. Aquellas personas que formáis GMV habéis contribuido a ello y por eso, y aunque es impagable, siempre os voy a estar muy agradecida. Más de lo que puedo expresar aquí.
Muchas gracias de todo corazón.
Autor: Lucía Hortal
Comentarios