Un mundo sin normas: la necesidad de gestionar el tráfico espacial
Viajemos un momento al pasado, a un tiempo más simple hace unos cuantos siglos en el que las carreteras no existían y las personas, al menos las más afortunadas, se trasladaban a caballo o en carruaje adondequiera que fuesen. Dado el escaso número de vehículos, la probabilidad de chocarse con otra persona era casi inexistente, por lo que apenas suponía un problema.
A medida que los medios de transporte se fueron expandiendo y haciendo más asequibles para la población, la humanidad enseguida se dio cuenta de que las antiguas normas se habían quedado obsoletas y fueron construyendo infraestructuras (carreteras, autopistas...) y leyes (normas de tráfico) cada vez más complejas con el fin de evitar el caos absoluto. ¿Os imagináis cómo sería un día cualquiera en una ciudad si no hubiese normas o si la mayoría de los conductores no las siguieran? Cuesta imaginarlo, pero lo más probable es que se produjesen más accidentes y altercados, la ciudad se colapsase y ninguno de nosotros podría moverse libremente nunca más.
Aunque dicha imagen se aleja bastante del sentido común y cuesta creer que algo así pudiese llegar a ocurrir, es eso exactamente (bueno, puede que «exactamente» sea exagerar) lo que está ocurriendo en este momento en el espacio. Sí, has leído bien. En el espacio cualquiera podría pensar que la tecnología y los procedimientos que se emplean en el ámbito espacial son más punteros y avanzados que lo que se ve habitualmente en tierra, pero, la realidad es que, en muchos aspectos, están bastante atrasados.
Evidentemente, uno de los principales motivos de la situación actual es que, hasta hace unos años, no necesitábamos (o, mejor dicho, no sabíamos que necesitábamos) normas, ya que la densidad de población espacial no era demasiado alta. Solo había que gestionar unos cuantos caballos y carruajes. Sin embargo, en la última década, se ha producido un aumento drástico de las actividades espaciales (las cuales generan crecimiento y progreso económico en la ciencia y la tecnología). Ahora se fabrican satélites más pequeños y baratos en las líneas de producción (casi como coches), lo que ha llevado a un número cada vez más elevado de países (sector privado) a lanzar objetos al espacio y hasta a desplegar mega-constelaciones.
Nos encontramos a un paso de que la situación se descontrole, de ahí la necesidad de establecer directrices y reglas claras en la gestión del tráfico espacial (STM,). Ya se han puesto en marcha varias iniciativas a nivel nacional e internacional que han dado pie a la creación de elaborados marcos de referencia (el manual de conjunciones de la Nasa, las buenas prácticas en las operaciones espaciales de la SSC, etc.). Estos manuales proporcionan información útil sobre cómo debe desarrollarse una misión espacial con el fin de mejorar la seguridad y evitar poner en peligro otras misiones. El proceso comienza en la fase de diseño (seleccionando las órbitas de inyección y final para evitar las zonas más concurridas) y termina con la eliminación del vehículo (pasivándolo, gestionando la eliminación de objetos en la órbita baja terrestre, etc.), abarcando la duración completa de la misión (llevando a cabo operaciones para evitar colisiones, compartiendo efemérides precisas y planes de maniobras de forma regular con la comunidad, etc.).
Estas directrices son un importante primer paso para cumplir los objetivos de la STM. Sin embargo, a pesar de que cada vez son más los actores en el ámbito espacial al tanto de este problema que se esfuerzan por integrarlas en sus procedimientos, la mayoría no las cumple en absoluto. El principal motivo es que estas directrices son demasiado complicadas de seguir y van contra sus propios intereses (económicos). Lo que quizás no sepan es que garantizar el transcurso seguro de las operaciones es vital para poder seguir explotando al potencial de las aplicaciones espaciales (incluidas las suyas). Una sola catástrofe (como la de la película Gravity) bastaría para dar pie a una avalancha de eventos que podrían dejar la mayoría del volumen del espacio inoperable (lo que se conoce como «síndrome de Kessler»), aunque sus propios satélites no estuviesen involucrados en el evento inicial.
Por poner un ejemplo equivalente en tierra, imagínate un accidente entre dos coches que se produce a cinco kilómetros de donde te encuentras. Piensas que no te afecta así que no le prestas atención. Como mucho, tendrás que esperar a que la grúa se lleve los dos coches y despejen la carretera. Por desgracia, en el espacio no hay grúas (al menos de momento, aunque actualmente se están desarrollando tecnologías para la retirada de desechos), lo que significa que los restos permanecerán en él durante mucho tiempo. En el ejemplo en tierra, el accidente en el que no has tenido nada que ver haría que no pudieras volver a tu casa en varios años. Estoy seguro de que nadie aceptaría algo así y que todos tendríamos más cuidado a la hora de respetar las normas (y de hacérselas respetar al resto).
Es por eso que la STM es de vital importancia. Debemos convencer a los involucrados (propietarios, operadores, etc.) de que la seguridad es de vital importancia en las operaciones espaciales. Todos deberíamos pugnar por ello; a todos nos gusta ver nuestra serie de televisión favorita o celebrar la victoria de nuestro equipo en el mundial de fútbol.
El espacio es la última frontera de la humanidad y depende de todos nosotros colaborar para que no se quede a unos cuantos cientos de kilómetros de la tierra.
Autor: Iván Llamas de la Sierra